domingo, 24 de octubre de 2010

El relato 2


Tony me indicó que no es necesario que ningún tipo de “acontecimiento” esté asociado al hecho de reconocer la auténtica naturaleza de uno mismo. Sin embargo, en septiembre de 1998, dio la casualidad de que se produjo un “acontecimiento”. Yo estaba trabajando en el jardín: estaba chispeando. Alcé la mirada y noté una sutil sensación: “yo” no estaba allí. Cogí mi bicicleta y empecé a pedalear: era como si estuviera viendo una película pero sin tener que esforzarme por formar parte de ella.

Este desmoronamiento repentino del “yo” arrastró consigo la necesidad de comprender. Aunque Tony me había indicado que el hecho de reconocer que nuestra naturaleza es conciencia no tiene por qué ir asociado a ningún acontecimiento en particular, era evidente que yo había estado esperando a que se produjera alguno, puesto que, ahora que estaba produciéndose, lo percibía como un “permiso para despertar”. Sin haberme dado cuenta, hacía tiempo que esperaba una confirmación de mi auténtica naturaleza.

Llamé a Tony y le explique, entusiasmado, lo que me estaba sucediendo. Gracias a ese novedoso “permiso para estar despierto”, el proceso de hablar surgía de la claridad más que del punto de vista del “yo”. Tony reconoció que yo ya no me dirigía a él sintiéndome un personaje distinto que intenta alcanzar algo desde una perspectiva de búsqueda y de comprensión intelectual.

A medida que avanzaba el día, el “yo” y su embelesamiento comenzaron a regresar sutilmente y a intentar adjudicarse la autoría de dicho acontecimiento –que consistía, precisamente, en la ausencia de “yo”- calificándolo de “mi” Iluminación, de “mi” Despertar. Predominaba la sensación de que esa repentina “puesta en libertad” –una enorme felicidad que surgió al ausentarse el “yo”- constituía la Iluminación que yo esperaba.

Al despertarme a la mañana siguiente, ¿continuaría aún ese estado? ¡Sí! Sin embargo, al cabo de unos pocos días, me di cuenta de que esa sensación de “puesta en libertad” se iba desgastando pero, un par de días después, volvió a ser tan completa como al principio. Tras un par de semanas con esa especie de vaivén y de que el “yo” reapareciera e intentara aferrarse a su propia ausencia, asistí a una de las reuniones de Tony, y fue como si el mero hecho de estar allí recargara aquella enorme felicidad. Sin embargo, a los pocos días, esa felicidad desapareció por completo y el embelesamiento de la identificación con el yo regresó. No le comenté nada a Tony y estuve cierto tiempo sin asistir a sus reuniones. Me sentía confuso.

Entonces, leí un libro en el que una mujer describía que estuvo muchos años con la ausencia del “yo” y que, al cabo de cierto tiempo, algunos “maestros” le dijeron que aquello era la Iluminación. Después, cayó enferma y murió. En el epílogo del libro, un amigo suyo escribió que, poco antes de morir, la mujer se había sentido confusa y frustrada porque ese “estado” había desaparecido y había regresado el “yo”.

De repente, comprendí claramente que esos episodios en los que el “yo” reaparece súbitamente pueden provocar una gran confusión desde el punto de vista de la claridad. Uno de esos episodios puede durar unos pocos segundos o prolongarse durante diez o más años. Por tanto, a menos que uno vea que el “yo” no es más que lo que es –es decir, un simple pensamiento-, cuando vuelve a hacer acto de presencia, se experimenta una sensación de pérdida, la sensación de que uno está de nuevo confinado a identificarse con un personaje. Una vez que se vuelve a identificar con ese personaje, surge el deseo de conseguir más de esa “Iluminación”, al tiempo que se tiene la sensación de haber regresado a un estado de agitación y de tensión que formas parte del juego de la búsqueda.



Nathan Gill