domingo, 24 de octubre de 2010

El relato 3


En ese momento, la vida se veía como una gran representación teatral en la que sólo existe el “saber” innato, aunque ese proceso parece ocultarse tras el embelesamiento que produce el pensamiento del “yo” y todos los demás pensamientos que dan forma a “mi” relato. Como Conciencia que somos, nuestra verdadera naturaleza es consciencia y manifestación. El “yo” sólo es otro elemento de ese decorado y, al igual que sucede con las demás imágenes, cuando queda “desenmascarado” –cuando se ve como es realmente-, la búsqueda se interrumpe de forma natural y desaparece la tensión.

También tuve claro que ese proceso en que nos percatamos de los entresijos del “yo” no tiene por qué producirse de forma repentina, sino que puede darse gradualmente, como una parte más de la propia vida y, más que con un “subidón” de felicidad absoluta, se puede manifestar con la sencilla naturalidad de una revelación suave y gradual.

Desaparecida mi confusión, ya no necesitaba que se produjera ningún acontecimiento ni que, de repente, desapareciera el “yo” para dar por demostrado que mi naturaleza es Conciencia. Era evidente que toda mi vida y mi búsqueda “espiritual” surgían como un juego de la Conciencia, y comprendí la confusión que se genera en torno a todo este asunto –o, dicho de otro modo, por qué la “espiritualidad” y la “Iluminación” se confunden con una sencilla claridad-. El reconocimiento de mi auténtica naturaleza no estuvo acompañado de ningún tipo de acontecimiento. Comprendí que es muy fácil que cualquier tipo de acontecimiento produzca confusión si sucede sin claridad –es decir, sin el hecho de desenmascarar al “yo” y al relato mental-.

Obviamente, lo que sucedió en aquel jardín no tiene nada de particular, como tampoco lo tiene ningún otro acontecimiento. Sólo fue algo que evidenció mi confusión y me permitió ver con claridad que, sutilmente, ya llevaba tiempo esperando que se produjera algún acontecimiento que me “permitiera” ser lo que ya soy. Esta claridad no depende ni de la ausencia ni de la presencia del “yo”: si el “yo” aparece, enseguida queda desenmascarado.

Voy a concluir este pequeño relato añadiendo que, durante mis años de búsqueda espiritual, me divorcié, me volví a casar, me volví a divorciar e hice de padre soltero de mis dos hijas prácticamente durante todo su período escolar. Me vine a vivir a un pequeño pueblo de la región de Kent con una salud más bien débil y, hasta hace poco, he trabajado como jardinero por esta zona. En la actualidad llevo una vida tranquila y sencilla.

Nathan Gill