domingo, 24 de octubre de 2010

El relato 1


Nací en 1960 en el seno de una familia de clase media del sureste de Inglaterra.

De pequeño tenía un carácter muy vehemente y sentía una gran curiosidad por todo. Me pasaba horas leyendo libros de aventuras y de misterio, y entre mis pasatiempos destacaban la búsqueda de objetos antiguos y las largas caminatas por el campo en cuanto surgía la oportunidad. ¡La búsqueda comenzó a una edad muy temprana!

Sin embargo, a medida que me fui haciendo mayor, esa inquietud se tradujo en problemas para escoger una carrera o en la incapacidad de centrarme en un campo en particular. Dejé de estudiar en cuanto pude, decidí formarme para ser chef de cocina y acabé trabajando en la construcción.

Ese trabajo me gustaba mucho porque me ayudaba a quemar gran parte de toda esa energía e inquietud sin exigirme responsabilidades: simplemente hacía lo que me mandaban, lo cual me permitía deambular a placer entre la retahíla de mis pensamientos.

Mi interés constante por los misterios del cuerpo y del universo me llevó a experimentar con distintas dietas y con diversos tratamientos naturales, a contemplar las estrellas, a comer setas alucinógenas o a llevar al cuerpo al límite practicando culturismo y levantando pesas.

No obstante, cuando contaba con poco más de veinte años, me vi obligado a aminorar la marcha: una lesión en el hombro supuso, para mí, el final del culturismo; cuando mi mujer dio a luz a nuestra primera hija, yo tenía veintidós años y dejé de trabajar en la construcción para dedicarme a la horticultura. Durante varios años trabajé en la recolección de fruta en los huertos de Kent desde principios de verano hasta finales de otoño, mientras que el resto del año trabajaba como jardinero. En esa época se despertó en mí el interés por lo espiritual y lo esotérico.

Hacia 1985 entré a formar parte de una orden de hermanos que me enviaban mensualmente lecciones de misticismo y de la “ley universal”. Disfrutaba mucho leyendo monografías sobre estos temas cada semana.

Un par de años más tarde, comencé a interesarme por las enseñanzas de un maestro indio ya fallecido, enseñanzas que recibía en forma de lecciones mensuales y que incorporaban una sección guru-discípulo, ¡a pesar de que el guru ya había muerto! Entonces empecé a realizar esas prácticas y a buscar la Iluminación, que se convirtió en mi nueva obsesión.

Al cabo de otro par de años, y después de haber experimentado con varias técnicas espirituales, empecé a cansarme y encontré un libro escrito por un guru occidental. Ese libro afirmaba que yo ya estaba despierto y que no necesitaba alcanzar ningún tipo de liberación. Su mensaje me pareció evidente. Sin embargo, unos pocos años después, y tras publicar una buena cantidad de libros, ese hombre decidió autoproclamarse maestro mundial y ofrecer una relación guru-discípulo a cualquiera que estuviera interesado, a raíz de lo cual decidí que no quería saber nada del asunto aunque, a lo largo de los cinco años siguientes, leí algunos libros más de ese mismo autor, así como todo libro espiritual que caía en mis manos. No obstante, a mi parecer, ninguno conseguía “dar en el clavo” como aquel primer libro de aquel guru occidental. En el fondo, sabía que era cierto que yo ya estaba despierto y que ya era libre pero seguía sumido en la confusión porque, al parecer, yo no era más que un hombre normal y corriente, con los problemas típicos de la gente corriente.

Cualquiera que fuera la razón, el caso es que me harté de las enseñanzas de aquel hombre y de todas las demás enseñanzas espirituales tradicionales. Entonces, me topé con el mundo advaita y empecé a leer todo lo escrito por y sobre los más “famosos” del advaita.

Buena parte de la confusión que había sentido hasta entonces desapareció. Comprendí que lo único que existe es la Conciencia pero, entonces, ¿por qué seguía sintiendo que “yo” existía al margen de todo lo demás?, ¿cuál era el eslabón perdido? Si yo ya estaba despierto y era libre, ¿por qué solía sentir que mi vida era una porquería?

En 1997 leí Lo que es: el secreto abierto a una vida despertada, el primer libro de Tony Parsons. Me puse en contacto con él y me invitó a una reunión en su casa de Londres. No tardé mucho de darme cuenta del imponente halo de misterio que yo había construido en torno a todo ese asunto de la “Iluminación”. Tony era un hombre corriente que hablaba con sentido del humor y con paciencia. Me impactó la sencillez de sus respuestas a las preguntas que les planteaba la gente. A lo largo del año siguiente, asistí a reuniones de ese tipo y hablé con Tony por teléfono cuando me fue posible. Yo quería convertirlo en mi maestro pero él me explicó que no tenía nada que enseñar y que, simplemente, se limitaba a indicar que sólo existe la Conciencia, que yo ya soy. Aunque yo ya lo había comprendido hasta cierto punto, entonces empecé a asimilarlo realmente.


Nathan Gill