Entonces, las cosas por las que te has interesado hasta
ahora –cualquiera de esas cosas pero, básicamente, cuestiones intelectuales
como la filosofía, por ejemplo-… ¿Todo eso desaparece?
Todo lo que esté relacionado con el funcionamiento de esta
vida desde la perspectiva del personaje queda obsoleto. Existe la vida, tal y
como es, pero intentar entenderla de alguna manera constituye una búsqueda del
que está identificado con el personaje. No hay más que la película que aparece
en la pantalla.
Ahora bien, desde un punto de vista práctico, si hablamos de
hobbies como tricotar, la jardinería, la arqueología o algo así, es posible que
se sigan haciendo porque el personaje tiene ciertas tendencias y con esas
actividades no se intenta encontrar una forma de escapar del guión de la película
sino que constituyen un mero pasatiempo dentro de ella. Sin embargo, todo lo
que tenga que ver con salirse de la película e intentar encontrarle un sentido
queda obsoleto, deja de despertar interés.
Pero la película prosigue tal cual, no puede ser de otra
manera. Todo coexiste.
Por supuesto.
Y la representación teatral se mantiene.
Claro, puede que continúe con el “relato”, pero ya se le ha
quitado la máscara: el embelesamiento ha dejado de hipnotizarnos. La vida de
este personaje sigue manifestándose pero el personaje en sí se ha quedado sin
motivos para escapar de la película porque ya la ve como es realmente. La Unidad ya existe, tanto si
hay en ella un guión que se está desarrollando como si no. Puede que el relato
se mantenga pero se sabe que no es más que eso –un cuento-, y por eso se puede
llevar una vida corriente.
Sin embargo, a quien está identificado con el personaje de
la película, esa “vida corriente” le parece algo extraordinario: esa ausencia
de tensión o de agitación existencial le parece algo extraordinario.
Si se produce una ausencia repentina de autoconciencia, es
probable que el desahogo brote en forma de éxtasis, por ejemplo. Sin embargo,
en lo que aparece ahora en forma bajo la forma de “lo corriente”, ya no existe
motivo alguno para buscar esa dicha suprema ni nada más: la búsqueda ya ha sido
desenmascarada. Todo forma parte del guión de la película. En ese desahogo, no
hay ninguna necesidad de buscar nada.
¿Ese desahogo es, en parte, un reconocimiento de que no hay
nada que hacer ni nada que se pueda hacer?
Todo es perfecto tal y como es, de por sí. A ese “yo” que se
pondría a hacer algo ya se le ha quitado la máscara. Cuando acaba esa búsqueda
de algo que hacer, de alguna forma para cambiarlo todo, no se crea o se genera
el desahogo o la paz interior: es algo que ya existe de por sí pero ha estado
velado por el embelesamiento.
Nathan Gill